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Shakti y Bhakti: El poder femenino y la entrega a lo divino

Por: Sat Tara Singh Khalsa

La diferencia fundamental entre un signo y un símbolo es que mientras el primero es literal y transparente, tal como un disco de “no estacionarse” o un letrero de salida, el segundo posee una riqueza infinita de niveles de significado. Tal es el caso del lenguaje usado en forma poética, de cada uno de los actos realizados en un rito religioso, y de los nombres e imágenes asociados con el ascenso de Kundalini. Estas tres formas de simbolismo – poesía, ritual y yoga tántrico – han estado asociadas desde su origen con la divinidad femenina.

La práctica de las diferentes tradiciones de yoga está encaminada a producir un fenómeno conocido como el despertar de Kundalini. Ya anteriormente hablamos de los rumores, mitos (en el peor sentido del término) y verdades a medias que rodean a esta simple aseveración. Entendida en términos prácticos, Kundalini es el potenical creativo latente en cada ser humano. Es la chispa del Ser que alumbra cada existencia, y que nos permite reinventarnos continuamente a lo largo de nuestra vida si logramos trascender los límites imaginarios que nuestro condicionamiento nos impone. Ésta es una interpretación de la tecnología yóguica en un lenguaje moderno.

En otro nivel podemos decir que los ejercicios y meditaciones que el yogui realiza tienden a abrir el flujo de energía vital por el canal central que recorre la columna vertebral. Esto revitaliza el sistema nervioso central, compuesto por la médula espinal y el cerebro, y tiene un efecto directo sobre nuestra percepción del mundo, y de nosotros mismos en él. Bajo la guía de un maestro capaz, llegamos a producir el efecto conocido como Kundalini, en el cual la glándula pineal, situada en el interior del cráneo, comienza a funcionar nuevamente, como lo hizo cuando eramos apenas bebés. Este núcleo de tejido endocrino se conoce como el “punto de la conciencia”. Su secreción afecta a la glándula pituitaria, y a través de ésta al resto del sistema glandular así como al sistema nervioso, produciendo una experiencia estable de conciencia acrecentada y neutral. Se trata de otro plano de interpretación del símbolo de Kundalini, que está siendo corroborado poco a poco por experimentos médicos realizados en torno al efecto de la meditación sobre el funcionamiento de distintas zonas del cerebro.

En el plano religioso de significación, Kundalini es uno de los nombres por los que se conoce a la Diosa, la deidad femenina primordial, llamada también Bhagwati, Adi Shakti, o simplemente Shakti. En esta visión los ejercicios yóguicos tienen como finalidad consumar en la conciencia del practicante el matrimonio entre Shiva y Shakti, entre el espíritu y la materia.

Este punto de vista de lo que constituye el yoga se aparta de los textos clásicos, como los sutras de Patanjali o el mismo Bhagavad Gita, en donde lo que se plantea es un método práctico para acallar la mente y lograr la unión de la identidad personal finita con la conciencia divina infinita. Sin embargo esto no le resta validez a la perspectiva de la Shakti. Antes bien, está afianzado en la rica tradición oral de las regiones apartadas de la India, especialmente al oriente y al sur, y que según algunos historiadores de las religiones procede de los sustratos más antiguos de la cultura nativa de la India, anterior a la llegada de los grupos arios de habla indoeruopea.

Si está práctica antiquísima está relacionada entonces con la Diosa, cabe preguntarnos de qué diosa estamos hablando. ¿Quién es esta misteriosa Shakti que veneran los tántricos? Después de cuatro mil años de dominación masculina en todos los aspectos de la experiencia humana casi hemos perdido la conexión con aquello que es divino y femenino a la vez, aún cuando en verdad su expresión palpable nos rodea a cada momento desde el nacimiento hasta la tumba.

La experiencia primordial del ser humano es la de ser parido por la madre. Ella es la puerta de la vida, y el primer contacto con la divinidad para cada uno de nosotros. Esta primera vivencia se refuerza a lo largo de nuestros primeros años gracias al vínculo que se establece durante la lactancia y la infancia. No es casualidad que las imágenes religiosas más antiguas que se conocen sean una serie de estatuillas de mujeres con rasgos reproductivos muy marcados, y que datan de hace 40,000 años.

Durante muchísimos siglos la potencia fértil de la madre prevaleció en el mundo espiritual. Esta Diosa Madre primordial ha presidido siempre sobre las misterios de la vida y de la muerte, y no tan sólo de los humanos, sino también de las plantas y los animales. Es gracias a su fertilidad que el ganado se mantiene, y que las semillas dan frutos con la llegada de las lluvias. Está presente en la tierra que nos da el sustento, y en los mares de donde surgió la vida en un principio. Se le conoce por muchos nombres aún hoy en día: Gea de los griegos arcaicos, Tonantzin para los mexicas, Pachamama entre los aymara, Kali en la India. Estos son algunos ecos que todavía resuenan de la portadora de la vida, reina de las cosechas y señora de la poesía, la luna y la muerte.

No fue hasta muchos siglos después que el Dios padre, celoso y trascendente hizo su entrada en el imaginario colectivo de la humanidad, anunciado por brillantes relámpagos y cuernos estridentes. Con él llegaron también nuevos valores: la competencia, el progreso, ser el rey y someter a todos. Esta nueva visión se extendió por el mundo y perdura hasta nuestros días. Nos hemos dedicado desde entonces a hacerle la guerra a nuestros vecinos y a dominar a la naturaleza para despojarla de su riqueza. La espiritualidad, como todo lo demás, se volvió un espacio dominado por los hombres, compitiendo entre sí por ver quién es mas santo a los ojos del Dios, y con su favor imponer su fe sobre los otros, por la fuerza de las armas si es necesario.

La vieja religión basada en el culto a la Diosa sobrevivió, pero tuvo que esconderse como un aspecto secundario de la religión patriarcal. En su forma más pura perdura únicamente en regiones aisladas, y entre pueblos considerados primitivos o retrógados. Así sucedió en las zonas más apartadas de la India, en donde las prácticas populares mantuvieron vivo el nombre de la Madre.

La divinidad femenina se distingue por no requerir el despliegue externo de devoción que exige su contraparte masculina. Calcuta es la capital de Bengala y, como su nombre lo indica, la ciudad de Kali – la Madre Negra. Sus habitantes se distinguen por poseer una profunda sensibilidad artística más que genio comercial o ambición política, y por ser, aparentemente, mucho menos religiosos que el resto de los indios. En Calcuta no hay vacas en la calle, ni santones semidesnudos pregonando sus austeridades. Los templos escasean y cuesta trabajo encontrar un restaurante vegetariano. Al parecer el laicismo prevalece aquí. Sin embargo al mirar detalladamente el visitante puede observar que en cada casa, en cada tienda y en cada vehículo está colocado el emblema o la efigie de Kali, discretamente, en un rinconcito.

La Diosa es la Madre y, como tal, ama a sus hijos incondicionalmente. No distingue entre justos y pecadores sino que nutre y acepta a todos por igual. Los peores criminales también tienen madres que los quieren y están dispuestas a reconfortarlos y alimentarlos. A diferencia del Padre, no requiere de grandes ceremoniales ni profusas muestras de fervor.

Fue en lugares como Bengala donde a partir de la tradición oral comenzó en los últimos siglos un nuevo movimiento dentro de la espiritualidad hindú, que tomó su nombre de los tratados que se escribieron para describir sus prácticas y rituales: los tantras. El tantrismo está basado en desconocer e invertir el rígido orden de castas impuesto hace tres o cuatro mil años con la llegada de los arios, con todas sus normas rígidas y patriarcales. Una de las formas centrales de esta práctica aparentemente nueva es la realización del matrimonio de Shiva y Shakti.

La connotación sexual de esta unión le ha dado al tantra el glamour con el que la palabra ha llegado hasta Occidente. Sin embargo, en realidad hace referencia a una experiencia profundamente interna, en la que el individuo se hace plenamente consciente de su propia divinidad. La vida misma late, respira y se expresa a través de nosotros. Somos perfectos así como fuimos hechos, y gozamos de una capacidad creativa ilimitada. La conciencia de esto es el regalo de la diosa Kundalini cuando a través de la práctica del yoga se eleva hasta el loto de la conciencia, la glándula pineal. El abrazo de Shiva y Shakti nos permite aceptarnos tal cual somos y reconocer que no nos hace falta nada para estar completos.

Esta forma de pensamiento brinda al individuo un gran poder. Independientemente de las facultades extraordinarias que el yogui (o la yoguini) pueda o no desarrollar, alguien que se sabe completo en sí mismo, y que ha perdido el miedo a la muerte al reconocerse como la vida misma, se convierte en una persona imposible de ser manipulada, dominada y sometida. Esto representa una amenaza para el estado patriarcal y su forma jerárquica de estructura social. Por esta razón los yoguis han sido vistos como seres sospechosos y marginales, especialmente a partir de la época tántrica, y sus prácticas han sido guardadas y transmitidas en secreto.

La escuela de Kundalini Yoga procede directamente de esta tradición. Está abierta tanto a hombres como a mujeres, pero Yogi Bhajan, el maestro que trajo estas enseñanzas a Occidente en 1969, dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a proporcionarle a estas últimas los medios para reconocerse a sí mismas como la gracia de Dios. Enseñó que el futuro de la Era de Acuario estaría en manos de las mujeres, y que el destino de la humanidad depende de que ellas sean capaces de formar a las generaciones venideras en un nuevo concepto de divinidad. No le estamos pidiendo a Dios que nos ayude, decía Yogi Bhajan, por nuestro propio poder nos volveremos tan radiantes y hermosos que a Él no le va a quedar más remedio que venir a ver qué se nos ofrece. Éste es el poder de la Shakti.

Y sin embargo, este poder no basta. La realización de la propia potencia creativa y la apertura al flujo de Kundalini pueden producir seres profundamente egoístas que abusen de la posición ligeramente aventajada que han obtenido. Por esta razón Yogi Bhajan denominaba Shakti Pad a un estado intermedio en la evolución espiritual en el que el estudiante que ha progresado cree que ha llegado a su destino, cuando en realidad no ha hecho sino comenzar.

Para trascender este estado y llegar al cuarto nivel, conocido como Sahej Pad o etapa del equilibrio es necesario contar con la gracia del Guru. En este caso el Guru no es una persona ni un maestro sabio sino una cualidad inherente a la vida: el transitar desde la oscuridad hacia la luz, o la capacidad de evolucionar.

Ya sea que concibamos al Guru como un mentor, Dios, o nuestra propia sabiduría interna, hay una bondad intrínseca en él que contrasta con la vitalidad salvaje de Shakti. El amor incondicional de la madre que nos quiere a todos es también la regla igualitaria de la muerte que nos aguarda al final. La vida tiene una fuerza tremenda de manifestación que se contenta con que existan las criaturas, sin importarle cuán cruel pueda ser su paso por el mundo. El principio de evolución, esta bondad inherente, asegura que cada ser tenga una oportunidad de crecer, de reconocer a Dios en sí mismo y en todo lo que lo rodea, dándole sentido a su existencia.

Para poder vivir en verdad de una forma diferente, dejando atrás la dualidad y la lucha de poder que ha marcado nuestra historia por tantos siglos, es necesario poder servir a algo más grande que nosotros mismos. Para equilibrar el poder de Shakti necesitamos desarrollar la entrega de Bhakti: la devoción. Cuando Yogi Bhajan enseñó la tecnología de Kundalini Yoga advirtió que por sí sola esta práctica produciría egos inflados y personas enloquecidas por su falta de compasión. En los ashrams que estableció, la práctica del yoga se complementa con la devoción al Guru y el servicio a la comunidad.

En nuestros días es a través de este servicio a nuestros semejantes que el camino espiritual adquiere sentido. Las prácticas religiosas pueden ser útiles. Sirven como técnicas para recordarnos la humildad, el amor y la compasión. Pero lo único más grande que nuestro propio ego, a lo que podemos entregarnos y reconocer como divino, es la unión que formamos todos, existiendo como humanidad en los brazos de nuestra gran madre, la Tierra.

Para conocer más acerca de Kundalini Yoga como lo enseñó Yogi Bhajan, y dónde se pueden tomar clases en México, visita el sitio web de la Asociación Nacional de Maestros de Kundalini Yoga, www.kundaliniyoga.com.mx

MEDITACIÓN DEL ESCUDO DIVINO

Siéntate con las piernas extendidas. Levanta la rodilla derecha apoyando la planta del pie derecho sobre el suelo. La pierna izquierda permanece en el suelo, con la rodilla flexionada de forma que la planta del pie izquierdo se apoye contra el tobillo derecho. La mano izquierda se apoya en el piso mientras la mano derecha forma una especia de concha sobre el oído derecho. La concha se abre hacia el frente, donde está la base de la palma.

Los ojos van ligeramente abiertos, enfocados en la punta de la nariz. Repite en voz alta el mantra “MAAAAAAAAAAAA” alargando el sonido mientras sea cómodo antes de volver a inhalar. Escucha atentamente el sonido que produces resonando en la concha formada por la mano derecha. Continúa 11 minutos. Luego cambia de lado y repite otros 11 minutos. Con la práctica se puede aumentar hasta 31 minutos de cada lado.

Esta meditación utiliza el sonido primordial MA – el mantra de la Diosa Madre. Sirve para potenciar el campo electromagnético, una cualidad vibratoria del ser humano que determina la frecuencia de las situaciones, personas y circunstancias que atraemos a nuestra vida. Cuando está fuerte actúa como un escudo que aleja toda la negatividad de nuestro camino.

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