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Yoga y la Mujer

Por: Miriam Hamui

¿Alguna vez te has preguntado por qué la práctica del Yoga se ha vuelto tan atractiva para la mujer? Efectivamente, hoy en día uno asiste a una clase de yoga para encontrar que la población de practicantes es en un 80 ó 90% formada por mujeres. ¿A qué se debe esto? Y lo más irónico es que la práctica del Yoga fue creada por hombres y para hombres (algo así cómo la creación de las Olimpiadas en la era del Imperio Griego).

Pues sí, en sus inicios, hace más de 2000 años, el Yoga era una práctica exclusiva para el renunciante o samnyasin. Éste tenía que ser que ser hombre, y, después de haber cumplido con su función de esposo, padre y proveedor de la casa, entregaba el sostén de su familia a su hermano o padre y distribuía sus bienes entre ellos. El renunciante, además de ser hombre, tenía que ser elegido por el gurú y ser miembro de alguna de las dos castas más altas del sistema social Hindú.

El ciudadano común de la tradición Hindú nacía en una determinada casta y aceptaba las funciones de vida estipuladas según su casta. De acuerdo a su desempeño en la vida se determinaba en qué casta volvería a nacer; esta podía ser ascendente o descendente. Esto era y es, la ley de Dharma.

El objetivo de la práctica de Yoga para el renunciante era trascender la ley de Dharma de nacer y renacer, para qué, al término de su vida, fuera absorbido en el Absoluto o Brahman. Para esto el renunciante se sometía a un serie de prácticas, a veces violentas, hechas al cuerpo para domarlo, para que éste no interfiriera en su búsqueda de auto-realización.

¿Dónde queda la mujer en todo esto? La mujer, aparte de cumplir con las funciones de su casta, tenía un rol secundario, aunque absolutamente necesario en los rituales del hogar. Aunque el renunciante se apartaba de su mujer al momento de hacer sus votos, en algunos casos se le permitía a la mujer permanecer cerca de su esposo y recibir la radiación espiritual que este adquiría mediante su proceso. Sin embargo la tradición Hindú era básicamente misógina. Quizá no es generalmente sabido que el término yogini, forma femenina de yogi, significa “bruja” o “demonio femenino”.

Más adelante en el tiempo, con el desarrollo del Tantrismo, la misma tradición otorga una posición prestigiosa al femenino eterno. De la misma manera, en el Hinduismo moderno se veneran deidades femeninas. Sin embargo, a nivel de la vida diaria, la mujer, santificada por su rol como madre, sigue siendo concebida por la tradición como la suprema tentación, distrayendo al hombre de su búsqueda espiritual.

La apertura de la práctica hacia el sexo femenino se consolida a finales del siglo XIX y principios del XX, con la creación de grandes ashrams (centros de estudio) que empiezan a atraer a gente fuera de la tradición, sin importar casta, sexo, nacionalidad, etc. Esto se da en gran medida por la ferviente curiosidad de exploradores, filósofos y científicos europeos que se venía cultivando siglos atrás. Muchas veces, el argumento que estos centros usaban para incluir a esta gente “externa” era que los ashrams finalmente estaban creados por gurus, inherentemente renunciantes de la vida tradicional Hindú, para sus discípulos que se inician como renunciantes. Si el renunciante no tiene cabida en la sociedad tradicional, entonces se podía justificar la presencia de gente que no tenía nada que ver con la tradición.

No es sino hasta después de la primera guerra mundial que se crean “escuelas de yoga” en Occidente, dónde se enseña sistemáticamente las formas específicas de la práctica como las posturas, respiraciones y meditación (anteriormente sólo se enseñaba la filosofía). Aunque en sus inicios estas escuelas no eran tan populares dentro de la sociedad occidental, fue hasta después del movimiento hippie en los 70s que comenzaron a cobrar popularidad hasta la efervescencia que se vive hoy.

Regresando a la pregunta original: ¿por qué la práctica del Yoga es tan atractiva para la mujer de hoy?

Hasta este punto, hemos establecido que el Yoga se concibió como una práctica dirigida hacia el cuerpo para domarlo y trascenderlo. También hemos entendido, de manera resumida, cómo la misma práctica, que reconoce la energía y la divinidad femenina, fue incluyendo a la mujer con la apertura a Occidente de esta sabiduría.

Cabe preguntarnos: ¿cómo es esta mujer occidental de la era de industrialización que recibe esta nueva sabiduría? Sabemos que la mujer del siglo XX y XXI, se ha caracterizado por volverse cada vez más productiva para poderse sostener en una economía competitiva, y en muchos casos ha tenido que hacer a un lado su rol femenino para asumir roles antiguamente considerados exclusivamente masculinos.

Sin embargo, la mujer tiene y siempre ha tenido la cualidad inherente de poseer un cuerpo continuamente cambiante, que responde involuntariamente a ciclos periódicos, como la menstruación, y al mismo tiempo, a ciclos de vida como niñez, pubertad, embarazo, maternidad, pre menopausia, menopausia, vejez. Todos estos cambios, periódicos y de etapas, no sólo son percibidos por la mujer a nivel físico, si no también energético, mental y emocional, y muchas veces constituyen un “estorbo” para su desempeño laboral.

El Yoga ofrece a la mujer moderna un lugar de refugio. Una guarida dónde puede reencontrarse consigo misma. Esta es una necesidad irrevocable en toda mujer, no importa la época. El Yoga vuelca por completo su atención al cuerpo –y me refiero no sólo al cuerpo físico, sino al energético, mental, intuitivo y de Luz: todos ellos componentes de uno solo, desde la perspectiva yógica. La mujer, en su práctica tiene la oportunidad de “amigarse” con su cuerpo, de hacer las paces consigo misma.

Mujer: te invito a adentrarte y gozar de esta práctica milenaria.

-Miriam Hamui
Maestra certificada de Vijñana Yoga y Hatha Yoga.
Fuente:
Varene Jean. Yoga and the Hindu Tradition. Chicago. The University of Chicago Press, 1976.

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