¿Algunas vez le diste muchas vueltas a la resolución de un problema para luego encontrar que la solución era más simple de lo que pensabas? Todos hemos estado ahí. Es por eso que nos asombramos cuándo un niño pequeño, desde su percepción simple, nos presenta cualquier solución, clara y llanamente.
¿Por qué nos hemos vuelto tan complicados con el tiempo? Es una cuestión de acumulación. Con la finalidad de auto protegernos, nos hemos aferrado a un sistema de creencias y acciones para evitar cualquier asecho que nos presente la vida. Un ejemplo sería la procuración de nuestra “eterna juventud”, que va desde hacer ejercicio hasta las cirugías, o bien, practicar Yoga incesantemente para no enloquecer de estrés. El ejercicio, las cirugías, y/o el Yoga no son malos en sí, el problema reside en los motivos por los cuáles abordamos las acciones. La preservación de un aspecto joven puede ser incitado por un paradigma cultural y actual, dónde la vejez no es bien vista. Pero subyacente a tal idea que sostenemos (consiente o inconscientemente), habitan nuestras emociones más primitivas como el miedo, la ignorancia, la aversión, el apego o la identificación. Estas emociones, que en sánscrito se les denominan kleshas o obstáculos, son producto de la acumulación de experiencias de vida que le han dado forma a nuestras tendencias y reacciones. Son estas las que terminan por “obscurecer” nuestra visión de lo que verdaderamente es, acerca de las cosas y de nosotros mismos.
Esclarecernos depende, más que de un esfuerzo, de una actitud y de nuestra disposición de conservarla. Existe una observancia ética en Yoga llamada aparigraha que comúnmente se traduce en no-avaricia o no-aferramiento. Esta no sólo se refiere a las cosas materiales, sino a las creencias mismas. Por ejemplo, si abordáramos la práctica de Yoga con la creencia de que nos brindaría la paz mental que tanto hemos anhelado, lo único que esto haría es posicionar una expectativa sobre la práctica misma, provocando la fijación de nuestra atención en el resultado, escapándose así de nuestra percepción los frutos que esta devuelve por sí sola. Si, por el contrario, abordáramos la práctica desde nuestra curiosidad innata (que es la misma que reside en los niños), entonces quedaríamos inmersos en la pura experiencia, limpios en la mente para captar, aprender e incluso mantenernos motivados de seguir ahí, sin necesidad de esfuerzo alguno. Ahí estaríamos trascendiendo los obstáculos –kleshas- que empañan nuestra facultad de mirar claro y resolver.
¿Se te ocurre cómo el valor de aparigraha podría afectar positivamente algún otro aspecto de tu vida?
Fuentes:
Georg Feurestein, The Yoga Sutras of Patanjali