Como practicantes de disciplinas como el yoga y el t’ai ch’i, conocemos la importancia de la integración del movimiento. Aprender a movernos con soltura y gracia es, finalmente una de las metas tanto del yoga como del t’ai ch’i. Sin embargo, explicar a qué nos referimos cuando hablamos de un movimiento integrado es difícil. En palabras de uno de mis maestros, la integración es muchas cosas, pero lo más importante es su característica indescriptible y obvia. Sabemos reconocer un movimiento integrado, su soltura, gracilidad y aparente falta de esfuerzo, su naturalidad… pero tratar de describirlo a nuestros alumnos o compañeros es casi imposible.
¿Cómo encontrar, entonces, la integración en las posturas y los movimientos, tanto de nuestro arte como en la vida cotidiana? Parte de la respuesta tiene que ver, en mi opinión, con la experiencia consciente de los tejidos de nuestro cuerpo, algo que me ha dado por llamar “la experiencia de confiar en el tejido”.
Una de las características más importantes de la postura en nuestras artes es la idea de soltura y flexibilidad dentro de la firmeza. Aunque la postura sea firme y definida (o incluso a primera vista incómoda), por dentro se genera una sensación de espacio, apertura y libertad. En las artes marciales chinas, esto se describe como la capacidad de la rama de un árbol de aceptar el peso de la nieve en invierno sin quebrarse, y regresar a su posición original cuando ésta se derrite en primavera. En mi experiencia personal, la parte más sutil de entender es la primera: cómo aceptar el peso, la carga, en una parte del cuerpo que normalmente no la recibe. Cuando empezamos en la práctica, frecuentemente tenemos la experiencia de pérdida del equilibrio, de falta de soporte y miedo a no podernos sostener. Nuestra primera reacción es incrementar la rigidez de nuestros tejidos, tratando de resistir las fuerzas que están actuando (principalmente la gravedad, pero también nuestras propias tensiones y compensaciones de postura habituales). Sin embargo, esto difícilmente resuelve el problema.
Pensamos, en metáfora mecánica, que lo que falta es “fortalecer” los músculos, hacer eslingas y tirantes más fuertes para jalar y apuntalar los pesos y contrapesos, estabilizar la postura desde afuera, como si nuestro cuerpo fuera un edificio fuera de balance que hubiese que sostener con un refuerzo estructural. Sin embargo, “fortalecer” músculos, es decir, hacerlos más densos o “duros”, es en realidad antagónico a la intención original de crear integración, gracia y soltura. Mas aun, éste análisis es incorrecto, ya que la estructura del cuerpo es coloidal, una matriz de cristal líquido con elementos contráctiles. La “matriz viva” de tejidos conectivos es un gel capaz de transmitir y distribuir fuerzas a través de sí misma: es tan plástica que puede responder como un líquido o como un sólido, dependiendo del tipo de impulso que reciba.
En el caso de cambios en nuestro balance espacial con respecto a la gravedad, el impulso primero de rigidizar el tejido responde más al miedo de caer que a una capacidad de resistir la caída. Sin embargo, existe la alternativa de permitir el paso de las fuerzas que están actuando sobre nuestro cuerpo: literalmente, relajarse y confiar en la capacidad del tejido de aceptar, distribuir, y finalmente neutralizar éstas fuerzas, de tal forma que se establezca un nuevo equilibrio dentro de la postura o movimiento. En las artes marciales, esto es lo que se busca cuando se neutraliza la fuerza del oponente con un movimiento mínimo. En yoga o t’ai ch’i, la fuerza del “oponente” viene de adentro, de la resistencia interna que nos mantiene fijos en una postura o relación espacial y estructural con nosotros mismos.
Aunque esto suene abstracto y teórico, la realidad es que todos hemos pasado por momentos en los cuales alguna postura, movimiento, o situación parecía imposible, hasta que de pronto y repentinamente se logró. Por otra parte, todos tenemos la experiencia de observar personas con poco o ningún entrenamiento, que logran sostenerse en las posturas y movimientos con aparente poco esfuerzo. En ambos casos, es casi seguro que es flexibilidad más que dureza, confianza más que lucha, y relajación más que rigidez lo que opera. Nuestras artes tienen el trabajo de reconciliarnos con la materia del cuerpo para permitirnos estar presentes y con conciencia en ella en forma integrada. La clave es confiar en la capacidad de nuestro cuerpo para adaptarse y cambiar.
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