Vayamos por partes. En primer lugar, el yoga no es una cura milagrosa para las enfermedades. No funciona como los productos que nos venden por televisión en los horarios de madrugada y que sirven para resolver todo tipo de problemas. Otra idea generalizada es que el practicante de yoga no se enferma y no envejece. Créeme si esto fuera del todo cierto, ¡habría tantos estudios de yoga como tiendas de coveniencia en cada esquina!
¿Entonces? El yoga tiene un efecto directo sobre la salud del cuerpo que opera en esta lógica: a lo largo del día estamos sometidos a una serie de estímulos externos que nos ponen a la defensiva. Léase: nos estresamos. El estrés es una respuesta natural del cuerpo que lo pone en estado de alerta para reaccionar ante posibles situaciones de peligro. Imagina que estás atrapado en un embotellamiento en un viernes de quincena en la Ciudad de México. Miles de conductores quieren llegar a su destino y transitar de una calle a otra se convierte en una verdadera lucha en la jungla de asfalto. Si pestañeas, puedes ocasionar un accidente así que tienes que activar los sentidos de la vista y el oído, y mantenerte alerta antes las reacciones de tus brazos y piernas mientras conduces. El cuerpo puede sobrevivir sin problemas a una tarde de estas pero si este tráfico se vuelve la norma y no la excepción, ¡imagina la tensión que generas tras vivir así todos los días!
Un embotellamiento es el ejemplo más claro de los momentos que ponen al cuerpo en alerta. Sin embargo, contempla durante unos minutos, ¿en qué situaciones experimentas una sensación de malestar físico? ¿Y cómo las identificas?
Cuando nos sentimos amenazados, los músculos se contraen. Ya no están relajados y se genera una tensión musculara heredada de nuestros ancestros. Es decir, cuando los músculos están contraídos generas más fuerza que te permite reaccionar frente a una posible amenaza. Pero ahí no para la cosa. Si nuestro cerebro considera que estamos en desventaja ante el peligro, entonces adopta una posición de defensa y ¿cuál crees que es? Exactamente esa que piensas: encorvas la espalda para simular una postura fetal en la que proteges órganos internos.
Así pues, el estrés genera una contracción muscular que afecta el desempeño de intestinos delgado y grueso así como del estomago. La práctica de las posturas o ásanas en yoga permite estirar y alargar los músculos intercostales. Posturas como tadasana (montaña) con variaciones de brazos así como virabadrasana I (guerrero I) y utitta parsvakonasana (extensión lateral) son ideales para extender y alargar. Cuando has trabajado con este grupo de posturas, te recomiendo incluir extensiones hacia atrás en beneficio de tu columna vertebral. Estas pueden ser desde urdhva muka svanasana (perro que mira hacia arriba), ustrasana (camello) y salabasana (saltamontes) hasta arcos como danurasana o urdha danaurasana.
Y finalmente, están las torsiones o parivrittas. Las torsiones son muy buenas porque estimulan estómago e intestinos. De manera natural, estos movimientos son ideales contra el estreñimiento y ayudan a la digestión.
Como te comentaba al principio, si bien el yoga no es una cura milagrosa para todo, si me ha ayudado de manera significativa. Tiene muchos años que no sé lo que significa una gastritis, mi digestión es óptima y en definitiva, soy más consciente de los alimentos que integro en mi dieta y de cómo disfruto de la comida. Además, creo que me enfermo con menor frecuencia. Por estas razones, definitivamente, sigo yogueando.
¡Namasté!
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