Los mecanismos neurobiológicos a través de los que el trauma altera nuestra capacidad para sentirnos seguros pueden ser abordados a través de un espacio de confianza y contención, el cual puede ser brindado por el trabajo corporal somático.
Una clase de yoga, cuando tiene como objetivo llevar a los alumnos a recuperar la capacidad para sentir el cuerpo. Acercarse amigablemente a la respiración, promover la relajación e introducir al alumno al campo de la meditación y la contemplación es un gran territorio para sanar.
En condiciones traumáticas, las cuales pueden ser de distintas magnitudes, incluidos todos los acontecimientos cotidianos de enfrentar el estrés de una vida definida por la auto-exigencia.
Se disparan redes neuronales diversas que se organizan como un andamiaje que conforma un particular modelo en el que interactúa nuestra capacidad para detectar, interpretar, crear una coreografía, y archivar nuestras experiencias.
A partir de ese complejo juego neurobiológico es que utilizamos nuestras diversas capacidades para construir una narrativa propia de lo acontecido.
Esa narrativa llevará a cambios en nuestro organismo, a la elaboración de procesos mentales específicos y de ahí a la expresión de ciertos comportamientos explícitos.
La condición esencial para sobre vivir está basada en la necesidad fundamental del ser humano de sentirse seguro en el contacto físico con el otro.
Ello, se debe a la condición de vulnerabilidad con la que iniciamos la vida, pues como bebés, somos incapaces de sobrevivir, sino es bajo el cuidado del otro.
Cuando el ser humano ha experimentado riesgo, el funcionamiento de su sistema nervioso, sus estrategias de defensa y su capacidad para interactuar con los demás y para funcionar eficientemente se ven afectadas y se vuelven fallidas.
La evolución del sistema nervioso tiene mecanismos de regulación importantes, uno de ellos es el aumento energético para poder movilizarse y actuar de dos posibles maneras:
Atacar o huir, y un tercero comprende lo opuesto, es decir, una conservación energética que se expresa y manifiesta como una reducción casi completa del sistema, manejada de tal manera que el cuerpo puede aparecer como inanimado.
Este último puede resultar en un cierre parcial o casi total del comportamiento y un estado mental de disociación.
En conclusión, podemos afirmar que, a través de este sistema jerárquico de mecanismos de defensa, el trauma irrumpe en nuestra capacidad para sentirnos seguros y en nuestra capacidad para expresarnos física, emocional y mentalmente, de forma segura.
Se ha encontrado que cuando podemos volver a involucrar a la persona que ha sufrido un trauma, o una serie de experiencias traumáticas.
En experiencias donde puede contactar el sistema de seguridad interna, pueden despertarse nuevamente los circuitos de sensación de seguridad.
El sistema nervioso puede volver a reconstruir un escenario en el cual se traslade a estados neurofisiológicos que sirvan como plataformas neurales para dar oportunidad a que emerjan comportamientos expandidos.
Donde pueda volver a sentir un estado de seguridad, o incluso a poder diferenciar situaciones de seguridad, de las de peligro.
Cuando un espacio de práctica de movimiento, en este caso la practica de yoga vista como terapia de contención, puede ofrecer una experiencia de proximidad con nosotros mismos.
De bienvenida a experimentar de forma segura la cercanía presencial con los demás, trabajando en el territorio corporal propio.
Puede convertirse en un lugar donde pueda darse la apertura a explorar las propias sensaciones, y en especial, poder experimentar un estado de presencia.
Se abre el camino para que, neuronalmente, sintamos el impulso para la autorregulación y de ahí recobremos la confianza en nosotros mismos y en los demás.
Esto no quiere decir que cualquier formato de clase de yoga puede brindar dicha oportunidad, tampoco afirmaría que nuestro trabajo pueda o deba sustituir el trabajo de un terapeuta.
A nivel de investigación, nos encontramos en un momento histórico muy importante, dado que múltiples estudiosos del comportamiento humano están explorando la importancia del cuerpo en relación al trauma.
Cada vez más, se comprende de una manera más profunda que el movimiento bien utilizado y dirigido adecuadamente.
Es una herramienta trascendental en el cambio positivo de una persona, y no tendrá entonces que depender exclusivamente de la terapia hablada.
Se ha encontrado que existen aspectos que ofrece el movimiento que realmente movilizan a sistemas internos, es decir al sistema nervioso y al hormonal, entre otros.
El movimiento contribuye a promover una experiencia de apertura y de regulación corporal y mental.
Entre el conocimiento que ofrece la literatura yóguica, encontramos la comprensión del papel que juega cada uno de los dos hemisferios cerebrales, la diferencia en percepción y organización de cada uno de ellos.
El hemisferio izquierdo se aboca a la organización lineal, mientras que el derecho se ocupa de la organización relacional.
Neurológicamente se puede diferenciar entre memoria implícita y memoria explícita. La primera puede describirse como la experiencia corporizada de memorias del pasado.
En realidad, continuamente estamos archivando memorias implícitas, ya que no requieren de una atención consciente para ser codificadas en nuestro sistema (Siegel, 2015).
Dichas memorias van a permanecer en nosotros, expresándose como sensaciones corporales, impulsos de comportamiento, emociones y percepciones que cuando se despiertan tiñen toda la experiencia actual.
La memoria implícita se siente como si lo que aconteció en el pasado, estuviera sucediendo en la actualidad.
La memoria explícita que actúa desde el nivel consciente y acontece en el momento presente requiere ser registrada deliberadamente, en particular cuando se trata de experiencias agradables.
Se requiere que vinculemos la respiración con la memoria para poder reconocer y registrar nuestras experiencias en el momento en que acontecen.
Es decir que conectar respiración y movimiento comprende una estrategia de sanasión excepcional.
Esto nos lleva a valorar enormemente lo que nos ofrece una práctica consciente de yoga cuando es capaz de potencializar la capacidad de desarrollar presencia plena.
Cuando el lenguaje que se utiliza en ella está construido de tal manera que fomenta la auto-escucha de sensaciones y no se aboca a solo instruir sobre acciones a realizar.
Exploremos y estudiemos el gran potencial que existe en la enseñanza de yoga para que se convierta en algo más poderoso y significativo y dedicar nuestras clases a invitar a construir un auto-dialogo transformador en nuestros alumnos.
Por Rosemary Atri