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La belleza de hacer Yoga

A unos días de cumplir 40 años, recuerdo cuando cumplí 30 y fui a mi primera clase de Yoga, en Shavasana quería llorar de gusto, ¿qué es esto? Me preguntaba, y mi única respuesta fue –Yo quiero hacer esto toda mi vida-. La llegada del Yoga representó una verdadera revolución, donde me he redescubierto más bella que nunca, y, créanmelo no fue fácil, en realidad, siempre me consideré el Patito Feo de mi familia. Esa primera clase en que tenía que quitarme los zapatos y enseñar mis pies me produjo un pudor irracional, a tal grado que casi salgo corriendo. Ahí empezó mi viaje con el yoga de afuera hacia dentro, porque yo consideraba mis pies estéticamente incorrectos: feos, chatos, gordos, cuadrados, “piecua” era el apodo que utilizaban mis hermanos para regodearse en el bulling familiar. No era más que la metáfora de mi golpeada autoestima. Había que cubrirlos siempre con calcetines y zapatos. Pensándolo bien, no sólo era experta en tapar mis pies, también usaba capas de ropa, y cuando la ropa no fue suficiente, la comida, capas de grasa que te separan de tu corazón, capas para no sentir. Tonta de mí, no sabía que ante mis ojos estaba volviendo mi cuerpo un intangible, se ve pero no se siente.

Apenas era el comienzo, para darme cuenta de que la estructura de mi vida estaba de cabeza. Que la versión que yo tenía de mi misma, no era más que un reflejo distorsionado de mi ego. Conforme fui utilizando el poder de mis pies, lograba hacer posturas impensables, y de pronto, ellos eran como unos gemelos recién nacidos a quienes cuidar, honrar y amar. Un solo movimiento consciente con el dedo gordo del pie, me otorgaba la certeza del momento presente y la bendición de ser una con el todo. El cuerpo se ajustaba como una maquinaria perfecta, precisa, puntual, produciendo eso que llamamos alineación: el disfrute exquisito del eterno presente, ahí estaba yo en Vrksasana, visualizándome como un gran árbol del Tule, en equilibrio gracias a mis pies que, por fin, descubrieron que tenían raíces y pertenencia. Citando al maestro Iyengar “Y cuando el estudiante aprende cómo las más nimias modificaciones en un dedo del pie pueden modificar toda el asana, está observando la interrelación del microcosmos con el todo, y se aprehende la plenitud orgánica de la estructura universal.”

Me di cuenta que los pies en Yoga, son raíces, pero también pueden llegar a ser la cereza del pastel como en un buen Sirsasana, conquistar el parado de cabeza me costó dos años, en un obsesivo y aferrado: -Esa postura no es para mi, quizá en otra vida- Ese hombre no es para mi, esa talla no es para mi, esa casa no es para mi, valdría la pena entonces, preguntarse ¿qué es para ti? El mat es un “campo de batalla controlado” para indagarlo. Cuando vas aprendiendo a pararte de cabeza surgen inevitablemente los procesos de conflicto y creación, donde el reto es sostenerte en la postura vs el miedo a caerte, puntualiza Guruyi, en Luz sobre los Yoga Sutras de Patanjali. Si eres presa del miedo no progresas, si eres demasiado aventada te caes. Lo interesante es ver que la única lucha es contra ti misma, que tú eres tu propia enemiga o tu propia vencedora. La propuesta vital del yoga era lanzar un contradesafío para desarmar mi miedo, y soltar mi adicción al control, que mi mente se tornara creativa y buscara la manera de desarmar dicho miedo. El día que decidí lanzar el contradesafío y pararme de cabeza, por primera vez, en medio de la nada no lo podía creer: es caminar al filo de la navaja, es la cosquilla en el vientre y el miedo en la cara, una sensación de muchísima libertad. Volví a jugar con mi libre albedrío.

Así, conforme pasaba el tiempo, fui reconciliándome de los pies, a la cabeza, el Yoga me hizo creer, cuando hago Yoga no hay duda de lo que soy, hay certeza. Cualquier evento del afuera que me haga trastabillar, se diluye en el mat. Cuando estoy practicando, algo sucede en el salón, algo se transforma en mi rostro, la energía sutil, se incrementa, no sólo me relajo, es más que eso, es santosha, el estado de contentamiento sin motivo, sólo porque me he fusionado con el orden universal. Y en ese estado, se funde la belleza exterior con la belleza interior: me veo 10 años más chica, mi rostro es más bello, mi cuerpo es más estilizado, fuerte y flexible, mi sistema inmunológico se ha fortalecido. Pero por sobre todos esos nobles o vanales regalos, el reflejo de mi alma recuperó su fulgor original, es ese Cisne, de cuello largo, que me recuerda momento a momento, Ham-So: Soy Eso.

Concluyo que para mi hacer yoga es como ir a misa los domingos, es volver a mi templo, a mis rezos, a mi clean up, es volver a mi. A donde quiera que haya ido puedo entonces regresar. El yoga es el camino de regreso a casa. Diez años en el Yoga, representan una verdadera revolución en mi vida, quito una R y me quedo con la frase: representan una verdadera evolución del ser.

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