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La práctica natural: Ahimsa II

La no-violencia, el ahimsa, no es un territorio privado del hecho físico, pues las palabras e incluso los pensamientos son la potencia de un acto que puede modificar el estado total de otro ser y del propio. La palabra por lo tanto, artífice del hombre, instrumento y paisaje, es el sostén detrás de la injuria y el abandono o del amor y la creación. Si se encuentra tan puntual y extensa literatura sobre el lenguaje, si diversos pensamientos occidentales basan en él su principio, si hablamos, es por una dinámica puesta en escena que no ha podido ver más allá de sus formas, tal como lo afirmó Ludwig Wittgenstein “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Y como en todo, los límites que no hemos cruzado como humanidad pueden tomar el lugar de la destrucción o la edificación. Aunque se puede hablar –y se ha hablado- en orden de satisfacer el respeto por todos los seres (un habla de ahimsa), hay un muro de lenguaje que confunde su fuente con el poder y el derecho mismo. Orgulloso como puede sentirse el ser humano de su habla, que –dice- es la clave que le distingue del resto de los animales, no puede ver más allá de la palabra misma y su abismo. Después de todo, la palabra oculta lo que describe como el polvo disemina la imagen de una ciudad. Mas el polvo no es la ciudad, ni la palabra es la esencia de la cosa.
La palabra, remedio y veneno del hombre, engaño y salida, tiempo, se posa en todo lo que piensa, en lo que recuerda, en lo que sueña; la palabra es la grava con que construye su pequeño camino. Su engaño radica en la creencia de que al nombrar inaugura la existencia del objeto, ocultando la pregunta por la necesidad que ha tenido el hombre de nombrar. Para el hombre el mundo comienza en su palabra y nada hay antes o después ni por fuera ni más allá sino ella. No hay historia para quien no puede hablar. Basta con revisitar la historia de la humanidad para comprobar que el lenguaje ordena aún el trato dirigido del hombre al hombre y del hombre a los animales: la violencia y el despojo se han constituido contra los que no hablan como todos, los bárbaros, los extranjeros, los niños, los animales.  
¿Qué puede ser de todos aquellos a los que –según el hombre- les falta la palabra, no responden? ¿Quién habla por ellos?
Para el Vedanta, Nama y Rupa, es decir la palabra y la forma, ocupan el lugar de lo que engaña, de lo que es anterior a la verdad cuando todavía está oculta. Estas presunciones impiden ver al Brahma, pues nombrar es decretar, separar, estancar, creyendo que estas determinaciones establecen al Ser. Si objetos son lo que vemos, si decidimos sobre ellos es por la palabra y la forma que manipulan nuestra atención. Los textos Indios invitan a no dejarse llevar por la palabra cuando hay algo que se le escapa porque no le pertenece. Para encontrar al Brahma, a la esencia permanente de los objetos, debemos rebasar el nombre y la forma, lo que dicho es un signo puro de ahimsa, pues no hay lindes de dualidad frente a lo único.
Patanjali dice: ANIYASUCI  DUHKHANATMASU NITYA SUCI SUKHATMAKHYATIR AVIDYA (YS.II-5)
La ignorancia consiste en relacionar lo impermanente a lo permanente, ver lo impuro como puro, lo doloroso como placentero y el No-Ser como el Ser. La palabra en el hombre funciona como un telón que oculta la verdad del Ser, pretendiendo hallar divisiones fundamentales donde sólo hay matices de diferencia accesoria. En ocasiones el lenguaje impide ver el Ser eterno, la sustancia básica y primordial, entonces las diferencias en que basamos nuestro complejo sistema humano conjuran en sus rasgos lo que pertenece a otro escenario. Aquello que cambia como nuestros cuerpos, los brotes culturales e históricos, las diferencias que creamos entre las especies de seres vivos, no son el Ser sino el velo que encubre la unidad absoluta e indivisible.  
La palabra ha tenido tal fuerza en nuestra construcción humana que es la bala misma que atraviesa a tres religiones importantes y que tienen por base la Biblia. Ahí se encuentra que Dios habló, nombró e hizo. Primero Dios dijo y luego se hizo. Al único que dio su palabra fue al hombre pidiendo además que nombrara a los animales para lograr su domesticación. El hombre entonces nombraría y domesticaría a los seres que por cierto, poblaron la tierra antes que él. El nombre les forjaría, de ahí en más, la historia que han debido continuar. Génesis misma es la historia del nombre. El dolor de la naturaleza está, sin embargo, en que no encuentra razón alguna para ser nombrada y mucho menos para ser tratada en distingo de su nombre; no lo necesita, no lo puede apropiar y sin embargo debe vivir bajo su paso. Jacques Derrida ha dicho que el nombre que más ha lastimado a los animales ha sido el nombramiento mismo, el llamarles “animales” en conjunto para determinarlos. Es la primera violencia de la que se desprende todo lo demás, pues a partir de ahí han dejado de ser jivas para convertirse en un objeto al servicio del hombre. Hay que recordar que la esencia de ahimsa no hace reparos en la unidad; la no-violencia es un tesoro para todos los seres.  
Cuando el hombre habla de los animales, habla más de sus propias creencias que del animal mismo. La palabra que puede ser un aliento de paz, se convierte en un río desbordado de horror cuando ocupa el lugar del otro en su totalidad, cuando habla para no dejarle hablar. Esta palabra tendría a su cargo el “borramiento” de la mirada del otro y su independencia. El animal nombrado es sólo una tesis, algo que es visto pero que no mira, un objeto de estudio, sin mirada ni voz.
Que tengamos suficiente fuerza para escuchar detrás de lo que se dice y para ver más allá de lo que se oculta. Es un principio ético.
Namasté.
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Ideas para ayudar a los animales:
La reciente prohibición para las corridas de toros en Cataluña ha sido una gran noticia. Previo a ella, el debate en torno al “arte” de la Fiesta Brava ha abierto la posibilidad de repensar aquello que llamamos entretenimiento, cuando se implica la vida y la libertad de otro ser. Es decir, ¿puede hablarse de arte o entretenimiento cuando se está frente al sufrimiento de un ser que no ha elegido estar allí?, ¿tiene un fundamento ético bufarnos del dolor y la muerte de otro ser vivo? Sin embargo la cultura humana mantiene cientos de tradiciones de entretenimiento que minan la libertad y el bienestar de otros seres. Los circos con animales, las corridas de toros, los rodeos, los zoológicos, los hipódromos y muchos otros consideran a los animales como objetos de entretenimiento y no como seres vivos con necesidades y derechos especiales. Cada uno de nosotros puede reflexionar sobre las actividades que realiza y que implican el maltrato y/o encierro animal. Podemos –siempre- elegir otras opciones compasivas y compartirlas con otros.  No hay animales más bellos que los animales en libertad.
Para leer más sobre esto:
En español: www.Petaenespañol.com (Dar click en “Campañas –animales para entretenimiento)

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