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La práctica natural: Dar y Recibir del loto su brillo.

Nuestra práctica, ¿qué más nos ofrece que no sea esta sacudida de las alturas del ego para mirar lo que hay más allá (o más acá)?, ¿qué más podríamos pedir?, lo que funda la vida en su aliento de perpetuo movimiento, en su estallido natural es a fin de cuentas un rostro de responsabilidad. Niyama,  Asanam, Pranayama, Dhyana, son todas huellas de un camino de liberación resplandeciente. La compasión es la tierra que enmarca su vía de paso y sostén. La verdad que pulsa en Yoga es incesante porque está en todas partes, porque vive a través de todos los seres que palpitan en el universo. Yoga es natural. Habita desde siempre y no pide nada. Está en todos, adentro, por más que nuestro intelecto sugiera que está afuera y se la debe hallar. A la Unidad, Yoga, le tiene sin cuidado el arduo trabajo físico, sólo aguarda paciente, para ser des-cubierta. Es lo que sostiene Patanjali a través de los Sutras cuando ofrece los caminos de esta liberación que va al encuentro del Atman. Supone dos maneras: el esfuerzo, Maryada Marga o la rendición, Pushti Marga. En la primera el individuo debe trabajar en la consecución de su objetivo, la constancia se concentra en la búsqueda de un sistema para lograr la Iluminación del Ser, en un retorno a la verdadera identidad. En el segundo camino hay una entrega total, una rendición sin resistencia a la verdad que espera en el centro de cada uno y que brilla como un diamante dormido en la flor del loto. El sistema de los ocho brazos de Patanjali, lo que conocemos como Ashtanga, es una estructura de trabajo que pertenece al primer camino, también la fuerza, la memoria de nuestros errores, la contemplación y el discernimiento. En el Sutra I:23 Patanjali dice: “Ishvara-Pranidhanad-va”, Samadhi es alcanzado por la total devoción a Isvara. Éste es el otro camino, el de entrega incondicional, pues a través del ofrecimiento, de la absoluta dedicación a la realización de lo divino es alcanzado el Samadhi. Isvara es la conciencia suprema, Real. Aquello que no cambia; es la verdad que subyace a los engaños de la razón, que opta siempre por discernir y colocar diferencias de importancia donde no hacen falta. En Isvara no hay jerarquías ni trucos imaginarios sino silencio y constancia. Mas esta verdad no hay que buscarla en las palabras, los libros, las ideas: cada momento es su plenitud la que viste al mundo, su bello amor ilimitado.  

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Quiere decir que no es necesaria la realización de algún ritual cuidadoso para hallar Yoga, la unión con lo absoluto, el Uno, la continuidad de la vida que es creación y amor perpetuo. Y aunque ciertamente nuestra práctica constante nos abra más fácilmente la conciencia y labor de esta unificación, es fundamental reconocer esta cualidad en todas partes, para así no hacer de nuestra práctica un refugio del mundo ni hacer que tenga más valor el ritual que la verdad que la sostiene. Hagamos un ensayo,  por un momento dejemos de escuchar lo que formulan nuestros pensamientos; escuchemos y sintamos todo lo que está vivo a nuestro alrededor, en cualquier momento: el canto de los pájaros, la temperatura, las vibraciones de otras voces. Todo palpita todo está vivo y en esa plena conciencia de lo que está más allá de nuestra mente, de la estrecha mente humana, podemos encontrar la Unidad que es el reposo del Yoga. Que vivimos pensando y recordando, formulando y planificando lo que no podemos saber o lo que ha sido ya y el tiempo de la vida que nos ha sido dada es irremediablemente perdido. Hagamos como la vaca, como un olivo, que lo mínimo les resulta suficiente para una existencia que por sí sola ya debería serlo. Dejemos por un momento o para siempre el aferramiento de las ilusiones de poder, fuerza y dominación sobre otros, sobre uno mismo, la existencia puede ser de un bienestar constitutivo. Todos los seres queremos lo mismo, lo mismo necesitamos: alimento, cobijo, libertad… felicidad. Es el punto fino de nuestra práctica de Yoga, búscalo para otros cualquiera sea su nombre que también a ti volverá.

El Buda dijo:
“Esta existencia nuestra es tan efímera
como las nubes de otoño.
Observar el nacimiento y la muerte de los seres
es como contemplar los movimiento de un baile.
La vida entera es como un relámpago en el cielo;
se precipita a su fin como un torrente
por una empinada montaña”  

Así pues y ahora que aún estamos aquí, hagamos de nuestra existencia y la de todos los seres, un tiempo de libertad, donde los más básicos valores de la humanidad tengan lugar, como la verdad y la justicia. Lo que es más, comprende tu práctica de Yoga como una extensión de tu ética diaria, como una profunda labor equilibrada entre Abhyasa y Vairagya, la práctica constante y el desapego: el camino medio que vibra en los labios del Buda y que nos ofrece a todos  el tránsito por una vida más amable. Shanti, Shanti, Shanti.
Namasté.

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