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Entre más flexible, serás mejor yogui

yoga y flexibilidad

Al leer esta frase sabes inmediatamente que no es cierta, “entre más flexible, serás mejor yogui “. Es obvio que el yoga no se limita a contorsionarse, si no, los cirqueros serían grandes gurús. El yoga es más que eso, todos los sabemos. Pero entonces, ¿por qué nos rompemos la cabeza por tocarnos los dedos de los pies y por hacer los arcos más pronunciados? ¿Por qué creemos que entre más lejos entremos a una postura de yoga, mejores practicantes seremos?

El yoga no se limita a contorsionarse

Después de estudiar anatomía y biomecánica corporal comprendemos que tener articulaciones muy flexibles es un problema y no una virtud, pero esto en el mundo del yoga es casi un tabú. Como maestro, decirles a tus alumnos de yoga que no se estiren hasta al límite de su flexibilidad es como nadar a contracorriente, porque casi todo el mundo enseña lo contrario. Y no sólo eso, en la mayoría de las clases de yoga, cuando el maestro se te acerca es para ayudarte a llegar más profundo, a abrir más, bajar más, torcer más. ¿Y el resultado? Innumerables lesiones corporales. Ni qué decir de las veces que los maestros se acuestan encima de las alumnas (sí, en este caso casi siempre son maestros hombres y alumnas mujeres…) mientras éstas hacen una flexión al frente para “ayudarlas” a bajar más. Esa corrección ha provocado muchísimos isquiotibiales desgarrados. O maestros que toman una caja torácica y la llevan a una torsión extrema luxando sin querer alguna costilla.

La realidad es que es absolutamente imposible que un maestro sepa hasta dónde va a ceder el músculo de un alumno antes de desgarrarse. Sólo el alumno lo sabe porque lo siente. ¿Cómo puedo empujar a ser más flexible a alguien sin saber todo su historial, sin saber si tiene alguna lesión de la que nunca me ha hablado? Esto aunado al precepto –tan arraigado en esta época– que determina que para lograr algo de valor, tiene que doler y te tienes que empujar hasta el límite. Inspirados en esto –tal cual espartanos- los alumnos rara vez se quejan con el maestro y le piden que pare; lo más común es que se aguanten el dolor y sólo después se den cuenta del daño provocado.

¿Cómo tienen que ser los ajustes del yoga?

Las correcciones manuales deberían ayudar al alumno a crear consciencia de lo que ocurre en su cuerpo para poder entonces transformarlo y acercarse cada vez más a lo fisiológico. Las manos del maestro deben dar una retroalimentación.

Por ejemplo, si el alumno no tiene clara la relación entre la cabeza y la pelvis, yo puedo poner una mano en el sacro y la otra en el occipital para que ubique esa relación y encuentre la manera de alinearlas. Si el alumno está desestructurando sus hombros en un afán por hacer una postura compleja, yo le puedo ayudar a sentir dónde está su omóplato para que él solo logre alinear el brazo en relación al omóplato. Ejemplos como estos hay muchos.

Como maestro debo encontrar la manera de hacer al alumno partícipe de la corrección, no sólo llegar y acomodarlo sin explicar, porque entonces el ajuste no enseña nada, nada más manosea.

Nuestro papel como facilitadores

Todo esto nos lleva a reflexionar sobre nuestro papel como facilitadores de eso que se llama yoga. ¿El objetivo de la práctica es generar un espacio meditativo en el cual aceptemos a nuestro cuerpo y nuestro ser, o es un espacio competitivo en el cual debemos empujarnos sin importar las consecuencias?

Si creemos que es lo primero, entonces debemos reevaluar la intención de los ajustes que hacemos. Busquemos formar cuerpos mejor estructurados y más inteligentes que estén mejor preparados para llegar a una edad avanzada sin achaques; no empujemos a los alumnos a forzarse a entrar a posturas “avanzadas” para poder tomarse la foto y subirla a Facebook con la consecuencia de lastimarse de manera crónica hasta que la única solución sea dejar de practicar yoga.

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Por Diana Eichner.

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