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Nunca vas a volar si no tienes bandhas

Amado me recibe en su casa, generoso tal y como es. Observo detenidamente la decoración del lugar, él lo nota y me dice: — “Intercambio clases por arte”. Y qué son las ásanas, reflexiono, sino arte en movimiento, arte vivo; citando a Ray Long: “El cuerpo es el lienzo y las ásanas son el arte que creamos”. Me resulta agradable estar ahí, su espacio es tan él.

Amado se abre absolutamente, no guarda secretos, antes los comparte: —“Mira, lo primero que hago al levantarme de la cama es rasparme la lengua, eso lo aprendí en India” -se pone frente al lavabo y hace la demostración para que no me quepa ninguna duda. —“Así salen todos los gérmenes”. Bebe un vaso de agua. Después de eso me platica que el Mat Manduca es el mejor; que debe hacerse hacia el mediodía pues debe haber salido el sol y así, evitar enfriarte; que entre menos ropa tengas al practicar mejor; que comiences tu práctica en ayunas; y que, para sobrevivir, en esta ciudad hay algunos básicos: clorofila, espirulina y chyawanprash (un puré de cardamomo, jengibre, clavo, pimienta, canela, parecido en gusto, al tradicional y ahora tan in te chai) .

Coloca con precisión su mat, dobla sus aditamentos, un par de trapos casi artesanales, y comienza. Yo solo observo. Pero el hecho de sentirse observado intimida a cualquiera. Amado no es la excepción, está nervioso, yo también, se reacomoda una y otra vez tratando de descifrar y establecer el código de practicar yoga “como si no estuviera nadie”.

Hace nauli y el kriya nisara para comenzar, su abdomen se hunde, sus órganos desaparecen de mi vista al contraerse de forma increíble. Se sienta en sukasana, toma sus pies se truena los dedos, los masajea, toca sus piernas, las masajea. Al tronar los dedos liberas todo, a mi me ayuda a abrir más. Incluso se lo hago a mis alumnos cuando están en paschimotanasana y en shabasana. Se toca las partes del cuerpo que necesitan ser tocadas, eso te da el Yoga, saber dónde está cada cosa y qué necesitas, siguen un par de cantos: —“Me gusta cantar fuerte, que se escuche”-. Hace la invocación al sabio Patanjali. Comienza el ritual.

Se estira como un animal reconociéndose, adentrándose en su cuerpo, en su estar. Poco a poco, alarga su columna, la acomoda: — “El yoga es celoso, con un día que no practiques y el cuerpo te lo cobra”. Observo su cintura, es pequeña, incluso femenina. No sé a dónde va, pero lo que hace tiene la cualidad de la precisión, va ligando ásana tras ásana de manera continua y rítmica, su rostro ha comenzado a transformarse: —“El secreto es el drishti, te mete en ti, no hay nada ni nadie alrededor, te vas. Es el eje que te mantiene alineado. Llevas toda tu atención al pulgar, a la nariz, al ombligo, al entrecejo, o al rabillo del ojo, no hay más”. En efecto, Amado se ha ido.

Conforme avanza, su inhalación y exhalación van cobrando presencia, percibo sonidos y silencios. Define vinyasa como el matrimonio perfecto entre respiración y movimiento. El calor empieza a activarse en él, de abajo hacia arriba, hasta encenderle el rostro: —“Por eso tengo canas, porque el pelo se me quema, fíjate en los ashtanguis, somos bien canosos”. Amado es fuego, lo sabe desde que era niño, siempre al límite, la patineta, el esquí, la motocicleta, el vacío.

Se va perfilando el clímax de la práctica, entra con absoluto dominio al parado de manos, su postura favorita. Amado juega estando de cabeza, se arriesga, sus manos se vuelven pies, garras, raíces. Invierte de manera lúcida su estar en el mundo, reta a la gravedad, y por ende a sí mismo. De ahí, va al Escorpión, y mis incrédulos ojos observan cómo, estando arriba, entra a la postura de Loto. Continúa a Sirshasana, hace un rollito con uno de sus trapos para apoyar la coronilla, a la manera antigua, hace una base como para cargar jícaras. La última postura en el ciclo de inversiones es Sarvangasana vuelve de nuevo a elevarse. Las posturas de inversión, son increíbles para reafirmar bandas. Define Jalandara bandha como un diálogo constante entre el esternón y la barba, es cuidar tu cuello. Udhyana bandha y mula bandha, activados todo el tiempo, si haces bandhas no te lastimas. Los conoces en la primera serie de Ashtanga, flexiones al frente; los experimentas en la segunda, flexiones hacia atrás o arcos; si aspiras pasar a la tercer serie, inversiones, deben estar absolutamente integrados a tu ser: —“Nunca vas a volar, si no tienes bandas”, señala categórico.

Después de las inversiones, hace algo de Pranayama, luego hace rugido de león, no sin antes advertir: —“Huele horrible, sale todo”. Un momento de meditación. Canta el más antiguo de los mantras: Gayatri Shabasana. Luego, abre los ojos, dirige su mirada al cielo. Mirada en calma. Este es el mejor momento. Amado, simplemente, está.

Dentro de su formación reconoce como sus maestros a Ana Desivgnes, con quien empezó a practicar yoga y a Baptiste Marceau, quien le ayudó a pulir su técnica. Cuando tenía 24 años, Andrea Borbolla, a quien había visto un par de veces en la vida, le contó que se iba a la India. La energía de manipura chakra no se hizo esperar, uniéndose al viaje, tomó sus cosas y se fue por un año a la cuna del Yoga donde estudió con Sunil Kumar, su más querido maestro, de quien cita: “Yoga es técnica, es ciencia, es matemática”. Sin técnica, no hay magia, explica, pero hay que ser cauteloso, al haber magia hay un empoderamiento del ser humano. Si uno toma la alineación ortodoxa del ashtanga, tu relación con las demás personas en la vida se vuelve igual, las miras verticalmente, de arriba hacia abajo y la soberbia puede hacerte su presa: — “Los ashtanguis tenemos fama de arrogantes, quizá, porque mantenemos vivas las posturas más difíciles… Por eso tengo mis asanas ‘ego breaker’ que me regresan a mi centro”.

Así se expresa con esa actitud desenfadada, con su sonrisa encantadora y burlona al mismo tiempo. Siempre arriesgando, aventurándose tanto con la palabra, como con la acción. Se exige y les exige a sus alumnos la técnica en las posturas, pero también la actitud ante la vida. Amado me ha dado una lección. A primera vista pareciera que no se toma nada en serio, sin embargo, es impecable y profundamente respetuoso con la enseñanza que le ha sido dada. Ciertamente, es un ashtangui de corazón, un practicante que nos enseña que la aventura de vivir es aquí y ahora. La invitación que nos hace es a jugar, a sacar a nuestros discapacitados cuerpos a recreo.

Gabriela Elea Bárcena
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