Bailarina de profesión, yogini por vocación.
Hace 18 años que Ihuitl Conde descubrió el yoga, disciplina que la enamoró.
“Para mí, yoga es un estado de ecuanimidad donde, desafortunadamente, no siempre estamos”, dice Pluma (significado de su nombre en náhuatl).
“Es un estado de estar conmigo y con el universo, es un microcosmos que representamos nosotros en este gran macrocosmos; es esa unión de lo divino”, agrega la maestra.
Durante su clase, Pluma nos llevará a cuatro distintos paisajes sagrados, todos parte de la Madre Tierra: “A través de cuatro secuencias de asanas vamos a evocar lugares sagrados como son el desierto, la selva, la montaña y el mar”, explica.
“La idea de esta práctica es conocer la parte de la asana como lo material… En ese momento trabajamos la materia como un camino hacia nuestro espíritu”.
Para Pluma, el momento de la práctica es perfecto para preparar el cuerpo con el fin de conectarlo con la mente, “pero no la mente que pensamos que está en el cerebro, porque éste es parte de la materia –el cerebro está dentro del cuerpo–; si tuviera un lugar esta mente de la que hablamos, que es algo muy grande, sería en el corazón. No hay conciencia si no despertamos esa mente que sí tiene un lugar y es el corazón”.
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