La historia va así. Es domingo en la tarde y una mujer empieza a sacar el uniforme que usarán sus dos hijos en la escuela al otro día. Está emocionada porque por fin se está acabando el fin de semana y pronto será lunes y podrá irse a su desayuno semanal con sus amigas. En ese momento llega su hijo de 8 años tosiendo y lamentándose que se siente muy mal. La mujer desesperada le da un antigripal y lo lleva a dormir. El niño la pasa fatal y se levanta todavía con tos y un poco de gripa. “Mamá, mamá no quiero ir a la escuela, me siento mal.” Lo siento, no puedes perder clases, te vas bien arropado y listo. La mujer manda a su hijo a la escuela y así felizmente se sale con la suya y no tiene que cancelar su desayuno semanal. A media mañana tiene que ir por su hijo a la escuela, pero el daño ya esta hecho. Ha contagiado a media docena de niños que no podrán ir a la escuela en los siguientes días. A este hecho en términos de las tradiciones védicas, se le conoce como Karma.
“En relación al karma, de acuerdo a lo que indica Patanjali, comenta nuestros actos han creado tendencias que darán su fruto quizás condicionando las circunstancias de vidas futuras. Los actos de meritos, darán, es cierto, resultados favorables, siempre y cuando sea una felicidad divina. Las experiencias se tornan dolorosas cuando nos apegan a este mundo y se renueva el deseo. La verdadera y única felicidad es la unión con nuestra alma, dice Patanjali.
Hay 3 tipo de karma: el que ya ha sido creado y guardado y que rendirá frutos en la vida futura, el karma creado en el pasado o en vidas pasadas que da frutos en el momento presente, y el que estamos creando en este momento con nuestras acciones y nuestros pensamientos. Los karmas que ya existen están fuera de nuestro control, solo podemos esperar a que sucedan y aprender de ellos y aceptar sus frutos con coraje y paciencia. Pero el karma que estamos creando, el dolor que está por venir, puede ser evitado. No al detener el acto, pero al cesar de desear los frutos de las acciones para nosotros mismos. Cuando dedicamos los frutos de las acciones a lo divino, al otro, podemos evitar el karma.
Así podemos recordar:
1. Antes de actuar o hablar, darnos un espacio, un minuto para reflexionar sobre lo que vamos a hacer o decir.
2. Enfocarnos en nuestras acciones y no en los resultados. No concluir en que hay una garantía de que lo que hagamos, generará un resultado específico.
3. Practica el desapego y ofrece nuestras acciones a lo que sea divino para nosotros.
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