Por: Chuck Pereda
Una de las frases más crueles que se le puede decir a un aficionado de la medicina alternativa, es una burla muy común pero certera que ronda en los foros de internet que pretenden desenmascarar a ciertos charlatanes: “¿cómo se le dice a la medicina alternativa que funciona? Medicina.”
Por desgracia es cierto, no toda la medicina alternativa da resultados reales y hay que escoger con cuidado qué remedios escogemos y siempre tratar de que las personas que nos recomienden estos tratamientos estén más interesados en nuestro bienestar que nuestro dinero.
Por suerte, desde hace muchísimos años hay una herramienta muy valiosa que nos puede ayudar a determinar si un remedio, sea natural o hecho en un laboratorio (que en muchos casos se basan en remedios naturales de todos modos), sirve o es charlatanería. Esta herramienta se llama el método científico.
El método científico lo descubrió un médico naval de nombre James Lind, quien fue el primero en llevar a cabo la primera prueba clínica controlada. Hasta antes de Lind nunca ningún otro médico había pensado en llevar un registro de pacientes divididos en grupos a los que se les proporcionaran diferentes remedios.
La historia, resumidísima, es así: Lind estaba a cargo de los enfermos de escorbuto en un barco que iba a viajar alrededor del Canal Inglés y el Mediterráneo zarpando de Inglaterra, un viaje en el que, debido a los meses que iban a pasar en mar abierto, muchos de estos marineros iban a contraer escorbuto y perecer. En cuanto identificó a los primeros doce pacientes hizo una cosa sin precedentes, decidió dividirlos en grupos para darles tratamientos distintos, llevando un registro de cuál grupo mejoraba y cuáles no.
Fue por azar que a uno de los grupos le dio naranjas, ricas en vitamina c, vitamina que ayuda a que se produzca colágeno en el cuerpo evitando así el escorbuto, sobra decir que este grupo fue el que mejoró y Lind, sin saberlo, descubrió tanto la cura del escorbuto como el método científico. Y decimos sin saberlo porque él buen hombre no tenía forma de saber que las naranjas curaron a los marinos por la vitamina c. Cuando intentó replicar su experimento con un concentrado de jugo de naranja que justo perdía dicha vitamina y, por ende, no curaba nada.
Así fue que el método que Lind acababa de inventar se perdió durante 33 años hasta que lo recuperó otro doctor basándose en el trabajo de Lind. Estamos hablando de Gilbert Blane, médico real que incorporó el método de Lind al tratamiento de la Flota Real y re-descubrió también el uso de la vitamina c contra el escorbuto, él sí con conocimiento de causa.
Sin embargo el método científico es mucho más complicado de lo que parece porque los humanos reaccionamos ante el tratamiento por el solo hecho de que confiamos en él, esto es, en muchos casos podemos no estar tomando más que pastillitas de azúcar y aún así mejoramos por el poder de convencimiento que tiene nuestra mente sobre nuestro cuerpo. Esto se llama placebo.
Para determinar que una medicina o tratamiento funcionan realmente, se tiene que aplicar una prueba clínica en la que se dividen en tres grupos, supongamos que estamos hablando de una medicina nueva, la prueba sería así: un grupo consume la anterior medicina para el mal a tratar, un segundo grupo consume un placebo (es decir, pastillas sin sustancia activa) y el tercero la medicina nueva.
Decir que una medicina funciona implica que está porcentualmente por encima tanto de la medicina anterior, como del placebo. Si queda a la par de un placebo, su mejoría no es tal que se considere que tiene efectos terapéuticos.
Ahora bien, en 2008 un doctor inglés de nombre Simon Singh decidió hacer una serie de pruebas utilizando el método científico a algunas terapias alternativas muy en boga hoy día, entre las que se encontraban el yoga y la meditación (y muchas hierbas como la Echinacea y la Hierba de San Juan).
Tras establecer un grupo de control, logró probar con certeza que tanto el yoga como la meditación dan resultados por encima de los placebos para combatir angustia y depresión. Es decir, en una prueba controlada donde hay un grupo que está llevando una clase verdadera de yoga, y un grupo que no está haciendo yoga realmente pero no lo sabe, se pueden notar claramente la diferencia entre aquellos que tomaron la clase real de yoga y los que recibieron un placebo.
Lo mismo pasó con la meditación, cabe mencionar que no a todas las hierbas les fue igual, la Echinacea sí es efectiva como lo es la Hierba de San Juan (solo que hay que tener cuidado con ella porque en algunos casos le resta efectividad a los anticonceptivos) pero, por ejemplo, la uña de gato no plantea una diferencia real en el tratamiento de cáncer.
Ojo, esto no quiere decir que solo hay que confiar en la medicina alópata, una medicina es tan eficáz como el doctor que la recete, un mal doctor puede meter en igual de problemas a una persona enferma que un charlatán. Tampoco quiere decir que toda la medicina alternativa se debe desechar, hay muchos ejemplos que sí funcionan, mismos que, por lo general, terminan siendo absorbidos por la medicina alópata. Lo que se trata aquí es de encontrar un balance sano y acudir con personas serias en ambos casos, ya sean doctores alópatas o alternativos.
Pero, refiriéndonos exclusivamente al yoga y la meditación, podemos decir con confianza que sí reportan beneficios reales que pueden ser medidos en pruebas clínicas, cosa que le dejará muy buen sabor de boca a muchos que se sienten mejor cuando lo practican y no saben muy bien por qué, o a aquellos que lo hacen por ejercitarse y estirarse pero reportan sentirme más positivos o buenas saliendo de clase. En fin, sigan practicando, con la sabiduría de que están aportándole algo bueno a su rutina de ejercicios que va más allá de generar endorfinas.