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Yoga, por qué practicamos y por qué enseñamos

Durante mi última estancia en Santa Mónica me senté con varios de mis maestros de yoga para conocer la historia sobre como fue que terminaron enseñando y las lecciones que han aprendido de dicha experiencia. Muchos de ellos son conocidos alrededor del mundo, otros recién emergen presentando nuevas secuencias y estilos que siempre evolucionan alrededor de los mismos movimientos o posturas básicas. Todos tienen algo en común: su presencia es tranquila y tienen una energía que contagia entusiasmo.

Uno de ellos, sudafricano de origen, literalmente huyo de un régimen que lo obligaba a contribuir con el apartheid, ese régimen legal que discriminaba racialmente a la mayoría negra. Llegó a los Estados Unidos huyendo y utilizó como excusa estudiar en la escuela de música para emigrar legalmente. Se ríe cuando recuerda, “fueron muchos años de comer RAGU y sopas instantáneas”; “practicar yoga me salvó”. Durante esa época entró a trabajar a un estudio de yoga a cambio de clases y descubrió que tenia un inmenso apetito de conocimiento. Practicando se dio cuenta de como los seres humanos acumulamos emociones en el cuerpo y vió como en el estudio se creaba un espacio para sanar y despejarse. De allí, poco a poco surgió su propio estilo que integra el conocimiento ancestral del yoga, música moderna y poesía. Allí, los asistentes reconectan como seres humanos; escuchan su instrucción y respiran conscientemente relajando así su sistema nervioso y activando su propia bioquímica para armonizar y restaurar su cuerpo. “Una verdadera unión del este con el oeste” menciona orgulloso. En sus casi 20 años de enseñanzas ha aprendido muchos de sus alumnos: “siempre tienen algo adentro”, me dice, “dolores, ira o angustia no expresados, stress y ansiedad. Lo han acumulado en sus cuerpos y se han vuelto letárgicos. Practicado y aprendiendo a usar la intuición podemos liberarnos de estas energías negativas y volvernos mas ligeros, mas conscientes, enfocados en el presente”.
Un par de días después me senté con Shiva Rea, bailarina, yoguini y una institución ya que como creadora del sistema Vinyasa flow ha dejado un gran legado en la cultura del yoga. Hoy día se encuentra muy activa con su proyecto YEA!, dedicado a crear conciencia sobre el excesivo uso de energía eléctrica, nuestra dependencia a los aparatos electrónicos y el daño que le estamos ocasionando al planeta.

Apasionada de la danza y la antropología decidió no seguir con sus estudios de doctorado y se involucró en estudios de danza ritual en Ghana, viajó a Mysore para entrenar con Pattabhi Jois y regresó a California para seguir practicando con Eric Schiffman. Comenzó así a enseñar ashtanga en UCLA. “Empecé a analizar el biorritmo de las personas y comencé a seguirlo e integrarlo en la practica. Después de 20 años he aprendido a seguir los ciclos, a seguir secuencias progresivas; es un poco como el jazz”, me dice mirándome fijamente y alargando sus brazos, “no hay un líder, solo sucede, evoluciona orgánicamente. Practicar algo tan antiguo y lleno de sabiduría nos vuelve mas conscientes, compasivos con todos y con nuestros propios cuerpos”.
Cuando le pregunto cuales son las factores que han vuelto al sur de california y especialmente el área de Venice Beach y Santa Mónica una cuasi meca para la practica de yoga me contesta: “son muchos factores, en California no existen tantas barreras culturales, no hay mucha resistencia a lo nuevo. El oeste significaba explorar, comenzar de nuevo. La gente quería llegar a California. No debemos de subestimar tampoco el factor Hollywood, muchos de los actores, directores y escritores practican yoga. Practicar es buenísimo para tu cuerpo, es una terapia para liberarte de emociones, oxigenas tu cuerpo, muy pocas cosas logran tantas cosas al mismo tiempo. Para la gente ocupada es una parada que lo incluye todo. Es un tiempo personal, donde conectas, experimentas catarsis, te das cuenta de las cosas que deseas. Ir a un estudio es ir a un santuario, es ir a un lugar para crecer” concluye.

Por último y antes de empacar mi maleta para regresar a México me senté con Bryan Kest en su estudio ubicado en el famoso boulevard Santa Mónica. “Nunca pensé que iba a ser instructor y aún no se que quiero ser cuando sea grande”, me dice sonriendo. “No me veo como un maestro, simplemente comparto algo que aprendí y que me hizo sentir tan bien que quería que los demás lo vivieran. El estudio es un santuario, la gente me pidió que les enseñara y encontré este espacio que era un estudio de danza”. La ubicación es perfecta, situado en el epicentro de la comida orgánica, de la cultura del deporte y con 330 días de sol, la gente que allí habita se caracteriza por sus tendencias liberales y por ser mas abierta. “Hace 20 años les intimidaba la palabra yoga pero ahora saben que practicar es una poderosa herramienta para transformarte y para sanarte” concluye.

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