El cuerpo al caminar sostiene toda una compleja geometría, en la que es fácil crear tensiones y asimetrías diversas, que a su vez pueden conducirnos al dolor, ya sea temporal o crónico.
Caminar en sólo dos extremidades, es decir, sobre las piernas, comprende un sofisticado acto de equilibrio, al cual con frecuencia se le conoce como caída controlada.
Nuestras estructuras verticales son largas e inestables y están diseñadas para la movilidad más que para estar estáticas.
Nos movemos y al mismo tiempo realizamos diferentes cosas con las manos y con los sentidos. Para esto se requiere del cerebro y del sistema nervioso, y por lo tanto, de una planeación interna muy sofisticada que comprende la habilidad para predecir acciones y reacciones.
El sistema vestibular, la vista, la sensación y el equilibrio interactúan entre sí, y se requiere de una comunicación muy eficientemente entre estos factores.
Debemos referirnos a ello como un sistema completo para caminar, que comprende una organización neuro-miofascial-esquelética-vestibular, aunque nos referiremos a ella para simplificar como organización neuro-muscular.
Podemos observar como, la gente al caminar en las ciudades, organiza estrategias para ello, que implican adaptaciones diversas a debilidades e incapacidades muy variadas.
Hay muchos factores que pueden afectar nuestra forma de caminar, ya sean neurológicos, viscerales, emocionales, culturales y estructurales; así que existen muchas posibles interacciones entre todos ellos.
Una práctica efectiva de yoga debe ayudarnos a promover que el cuerpo se mueva como un todo integrado que acompañe a nuestra estructura a mantenerse funcional a lo largo de los años.
Nuestro diseño arquitectónico está creado para que, dentro de las líneas y formas, contornos y redondeces podamos movernos y hablar al mismo tiempo.
Caminar implica el uso de una sinergia entre músculos que se coordina con un auto-monitoreo realizado por el sistema de propiocepción interna, y justo, los mecano-receptores se encuentran localizados en el sistema miofascial, lo cual permite que caminar se vuelva una actividad subconsciente.
Todo el cuerpo camina nos dice James Earls, en su libro ¨Born to Walk ¨. La pelvis y las piernas son asistidas por el tronco y los brazos, pero el cuerpo completo es el que equilibra las acciones que se requieren para caminar, por medio de acelerar o alentar las fuerzas que se mueven a través del tejido blando. A su vez, el cuerpo mismo es el que regula todas estas interacciones logrando que haya la menor distorsión posible.
El mapa simbiótico de fuerzas que viajan a través del cuerpo sucede gracias a los contornos y formas de los huesos y articulaciones para crear caminos que establecerán patrones de control de absorción de fuerzas, a través de líneas predecibles que envían la fuerza de impacto a través de conductos semifluidos del tejido miofascial.
Veremos entonces que la forma en que caminamos es específica a nosotros mismos, ya que todos tenemos un patrón de movimiento único, una marcha que nos identifica, la cual ha dependido de una programación del sistema neuro-muscular. Sin embargo, eso no quiere decir que no podemos optimizar esa forma de caminar a través del movimiento educativo que realicemos, y es importante reconocer que el yoga es una forma de educar al cuerpo, por lo que se requiere de una comprensión profunda de anatomía y biomecánica para ser un maestro efectivo y eficiente.
La manera en que realicemos la práctica de yoga contribuirá significativamente a la forma que tomará nuestro cuerpo a partir de ello, así como sucedería si decidimos realizar otra forma de movimiento. Por lo que siempre debemos seguir preguntándonos sobre como nos sentimos a partir de lo que hacemos. Tal vez hay áreas que se están fragilizando y otras rigidizando, o quizás nuestro temperamento está cambiando, así que vale la pena ser buenos observadores de nosotros mismos, en lugar de idealizar a priori, los resultados que estamos obteniendo de lo que hacemos.
Las influencias que han contribuido a nuestra forma de caminar son historias que convergen entre sí. Todo ello comprende eventos que tienen componentes energéticos, físicos y emocionales. No siempre son conscientes para nosotros, y otras veces somos nosotros quienes escogemos formas de expresarnos.
Estos factores son:
- Evolucionaron
- Genéticos
- Aprendidos del comportamiento de quienes nos criaron
- El tipo de actividades que realizamos, ya sea de trabajo o de recreo
- Las lesiones o accidentes que hemos sufrido a lo largo de la vida
- Aspectos emocionales y valores culturales de nuestra crianza
Caminar implica un proceso evolutivo importante. Al empezar a caminar sobre las extremidades inferiores, la pelvis desarrolló una fuerza que le permitiera cargar al torso y a la cabeza, y con ello dirigir acciones periféricas con los sentidos y con los brazos.
La consecuencia fue mayor movilidad en el torso, y menos protección en el frente del cuerpo. También modificó la manera en la que utilizamos los sentidos. Un bebé depende profundamente del olfato, sin embargo, cuando se pone de pie, la vista se vuelve más importante que el olfato.
En el aspecto genético, nuestras proporciones corporales, nuestra flexibilidad e incluso la forma del arco de los pies comprenden herencias significativas.
Con respecto al aprendizaje, nuestros padres o las personas que nos cuidan, dejan en nosotros una huella tan fuerte, que un día, sin darnos cuenta nos vemos a nosotros caminando como uno de ellos y nos sorprende.
Aprendemos a caminar por imitación, lo mismo que a hablar y a expresarnos. Es común ver a ciertos grupos de identidad, claramente identificables, que caminan y hablan muy parecido y eso les da un sentido de pertenencia.
Las actividades que hemos realizado, o hemos dejado de realizar a lo largo de la vida, los deportes, las clases de danza, la gimnasia, entre otros, va a marcar nuestra forma de movernos.
Todo esto va a crear relaciones entre el sistema nervioso, los sentidos y nuestras habilidades motoras. El refinamiento del nivel de entrenamiento que hayamos tenido determinará la fuerza que tengan esos patrones de movimiento en nosotros.
El sistema neuro-muscular de un bailarín será muy diferente al de un futbolista, y en caso de que se interesen en practicar yoga, ambos vendrán al tapete de yoga con un muy diferente acervo de cualidades y características que debemos ser capaces de ver.
Las lesiones que hayamos sufrido a lo largo de la vida pudieron tener efectos que no imaginamos, tales como un desplazamiento de alguna estructura ósea o el acortamiento de una extremidad, después de habernos roto algún hueso.
Por último, la influencia de creencias y valores culturales o religiosos pueden imponer en nosotros una manera de movernos o restricciones en como nos movemos debido a valores morales.
Todo esto crea en nosotros un estado de ser y una actitud corporal que nos acompañará a la práctica de movimiento que decidamos realizar.
Esto nos debe llevar a pensar que practicar yoga comprende no solo cuestionarnos como lograr las posturas, ya que se vuelve más importante indagar qué pueden aportarnos las posturas vistas como potencial de movimiento, con sus múltiples adaptaciones, para optimizar nuestro estado de ser y nuestra actitud corporal.
Nos tenemos que preguntar ¿qué posturas hacer, que movimientos y acciones nos benefician, que adaptaciones son óptimas para nosotros, que requerimos desarrollar a través de nuestra práctica? Tal vez requerimos mayor flexibilidad en unas áreas, pero más fuerza en otras, más estabilidad en ciertas zonas y más movilidad en otras.
Cuando enseñamos yoga somos al mismo tiempo un guía y un educador, y trabajamos con nuestros alumnos para empoderarlos a que practiquen más allá del formato de clases, para que conozcan a su propia estructura corporal con todas sus sutilezas. Las habilidades y revelaciones que surgen durante nuestra práctica son el punto de partida para poder compartir nuestra práctica con los demás, como maestros, pero como alumnos nos aporta la capacidad para saber cuidarnos y para tomar las instrucciones como guías mas que como reglas.
Para lograr esto, debemos hacerlo de la manera más documentada posible, por lo tanto, necesitamos volvernos competentes en nuestro campo de enseñanza.
Para enseñar debemos conocer las formas básicas de yoga, principios de alineamiento, acciones energéticas, factores de riesgo, contraindicaciones, modificaciones, adaptaciones, el uso de aditamentos, relaciones biomecánicas y energéticas entre las posturas, secuenciación de posturas, y los diversos medios para enseñar a diferentes públicos y personas.
Esto conlleva aprender diversos métodos de enseñanza que incluyan cualidades de demostración específicas, acercamientos diversos a las instrucciones verbales, habilidades de contacto directivo, y a la vez todo ello sustentado en una comprensión de la filosofía de yoga, teorías sobre aprendizaje, anatomía funcional, biomecánica y kinesiología.
Como maestros de yoga, no solo podemos prevenir lesiones durante la práctica, sino que, si sabemos utilizar el lenguaje de enseñanza adecuadamente, lo que podemos lograr es que nuestros alumnos optimicen sus patrones de movimiento y por lo tanto colaborar a que un alumno resuelva lesiones o limitaciones que quizás ya tiene.
El resultado de una buena práctica debe ser contribuir a una mayor funcionalidad en nuestra manera de movernos y de expresarnos, una optimización de las relaciones entre nuestras articulaciones, músculos, estructuras óseas e incluso órganos internos, para crear espacio corporal, así como una interrelación favorable entre los diversos componentes de nuestro cuerpo, capaz de favorecer no solo agilidad al movernos, sino salud global de nuestro cuerpo, ya que nuestros órganos requieren expresarse y comunicarse entre sí para cumplir con sus funciones metabólicas.
Cuando reflexionamos sobre la complejidad que implica caminar y movernos, acaba resultando de gran importancia prevenir el desgaste de nuestra estructura a lo largo de la vida para poder conservar uno de nuestros mas grandes tesoros: la capacidad de desplazarnos y expresarnos en movimiento mientras vivamos.
Por Rosemary Atri